El ajo y sus propiedades terapéuticas en la II República

El otro día buceando en un archivo encontré un artículo en el diario toledano católico “El Castellano” que me sorprendió. Estaba firmado por el doctor Rafael Garrido – Lestache, en 1934. El titular “Propiedades Terapeúticas del ajo”. En él se hace un completo repaso de sus virtudes.

En principio se dice que ha sido uno de los complementos más

empleados en la cocina española y extranjera para condimentar los platos más suculentos. Después se glosan todas las bondades terapéuticas del “ajo común” (Allium sativum de Linneo). Desde la antigüedad, afirma el refutado doctor, el ajo se había utilizado como “poderoso antiséptico” pulmonar.

Igualmente como excitante, estimulante y febrífugo.

Cuenta el citado texto que en 1917 el doctor Henri Lecrée aplicó el ajo en tuberculosos y bronquíticos crónicos. En 1921, los doctores Loeper, Forestier y Hurier, demostraron la curación en gangrena pulmonar, aplicando una tintura de ajo. Durante la I Guerra Mundial (1914 – 1918), esos médicos junto el doctor M. Beuzart, observaron que varios casos de gangrena pulmonar

se solucionaron aplicando una solución de alcoholaturo de ajo durante cuarenta días consecutivos. Geoke y Gabiel lo habían empleado en las infecciones supurantes durante la Gran Guerra.

En aquella época, 1934, durante la II República y poco antes del

estallido de la II Guerra Mundial (1939 – 1945) varios especialistas internacionales apostaban fuertemente por las virtudes curativas del ajo y su aplicación.

El doctor Minchin decía que el ajo tenía una acción específica contra la tosferina administrándola en dosis de veinte gotas de su jugo cada cuatro horas, en una cucharada de jarabe. Loeper, Debray y Chailley – Bert lo empleaban en la lucha contra la hipertensión arterial.

El profesor doctor A. Tilger había practicado investigaciones muy

interesantes sobre las cualidades de este bulbo como antidispéptico. Había comprobado que ejercía una influencia muy positiva sobre la flora intestinal,

recomendando su adición en comidas como condimento tanto en la preparación de vegetales como animales.

Como antirreumático, afirmaba el profesor Garrido – Lestache, el ajo tenía propiedades terapéuticas notables. Este médico recomendaba su ingesta de varios modos. Como antihelmético se empleaba con muy buen resultado.

Se aconsejaba tomar de uno a cuatro dientes de ajo, bien enteros, bien partidos en trocitos y de preferencia en ayunas. De la misma manera aconsejaba un jarabe hecho de ajos cortados en pedazos pequeños (media libra) que se hervían en un libro de agua. Después de tenerlo doce horas infusionando se exprimían y se filtraban; luego se le añadía libra y media de azúcar y una libra de miel.

Aconsejaba además el alcoholaturo de ajo que recomendaba prepararlo en casa de dos formas distintas. Era un extracto que se conservaba bien y duraba “años enteros”. Para disimular su olor “se le añadía cincuenta por ciento de espirita de menta piperita y una o dos gotas de valerianato de martillo.” Se debían tomar de quince a treinta gotas por toma en un poco de agua caliente.

Lo aconsejaba a pacientes con bronquitis crónica y con afecciones pulmonares acompañadas de expectoración abundante, pues tenía “inmejorables resultados”.

Finalmente, el doctor Rafael Garrido – Lestache terminaba su

disertación con el ruego de consumir ajo en la alimentación y en su confianza en su uso terapéutico, como hacían otras culturas ancestrales (países balcánicos y orientales). De hecho, según los búlgaros, “el consumo de ajo alargaba considerablemente la vida”.

Felipe Molina Carrión


 

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